Javiera Carrera
Javiera Carrera Verdugo nació en Santiago en 1781. Fue la cuarta hija del matrimonio conformado por Ignacio de la Carrera y de Francisca de Paula Verdugo, pertenecientes a la aristocracia colonial de esos años.
Contrajo matrimonio con Manuel de la Lastra y Sotta, de quien enviudó en 1800 y luego se casó en segundas nupcias con Pedro Díaz de Valdés, asesor de la Capitanía General. Aunque recibió la educación tradicional que se les entregaba a las mujeres de su condición social, destacó por su conocida inteligencia.
Frecuentaba todas las celebraciones patriotas y las que se realizaban a raíz de los triunfos militares. Además de esconder a soldados en su casa, era la encargada de recibir durante las noches y las madrugadas las carretas conducidas por los «huasos» cargadas de armas para repartirlas en la ciudad.
Fue tan significativa su actuación que entre los revolucionarios usaron la frase «viva la Panchita» como contraseña. También, levantaba los ánimos en los momentos de derrota, transformándose en la heroína de la Antigua Patria.
Se destacó por su belleza y por su fuerte carácter; Apasionada, dominante y astuta en sus movimientos. Apoyó a sus hermanos José Miguel, Juan José y Luis, hasta convertirlos en su ambición. Maria Graham describe a Javiera diciendo » la hermana de José Miguel aspiraba a hacer de él un Napoleón, arrancándolo a la aturdida y borrascosa vida de joven calavera y dirigiéndolo hacia las metas del poder y la gloria». Inteligente y ambiciosa, fue la ideóloga de los planes de lucha para libertar a Chile. Era una mujer de no perdonar, sagaz y hábil.
Según cuenta la tradición, la bandera patria habría sido bordada por ella, siendo presentada e izada por primera vez el 4 de julio de 1812, en una cena con el cónsul estadounidense Joel Roberts Poinsett para celebrar el aniversario de la independencia de aquel país.
Su personalidad y su conducta avivaron odios y amores, la apodaban la «jaiba», nombre vulgar que se da a varios cangrejos del mar. La relación política que mantuvo con Bernardo O’Higgins fue siempre crítica; lo apodó «el huacho Riquelme», refiriéndose a su condición de hijo ilegítimo.
No disimuló el rencor que sintió hacia José de San Martín, Toribio de Luzuriaga, Juan Martín de Pueyrredón, Tomás Godoy Cruz, a los Larraín, y a la Logia Lautaro pues consideraba que todos ellos fueron los causantes y promotores de la caída política, social y económica de su familia.
En 1814 momento en que España reconquistó Chile, Javiera abandonó a su esposo e hijos para autoexiliarse y seguir los pasos de sus tres hermanos. Junto a ellos, viajó rumbo a las Provincias Unidas del Río de la Plata, vivió en Mendoza y luego se trasladó a Buenos Aires donde fue recibida por el sacerdote Bartolomé Tollo, antiguo amigo de la familia. Su vida en Buenos Aires fue difícil: por causa de problemas de salud y un desastre financiero.
Dirigió la llamada “conspiración de 1817” contra O’Higgins, que a la postre significó el fusilamiento de sus hermanos Luis y Juan José en 1818, en Mendoza.
Cuando José Miguel vuelve de Estados Unidos y se involucra en las disputas internas de los caudillos de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Javiera Carrera es desterrada a Luján y luego a San José de Flores, localidades cercanas a Buenos Aires. Finalmente, fue recluida en un convento en aquella capital.
Ya libre, en 1819, se refugia en un barco portugués que se hallaba en el puerto de Buenos Aires y parte a Montevideo. En esa ciudad –en 1821– recibe la noticia del fusilamiento de José Miguel, en Mendoza, debido a las montoneras que realizó en Argentina. Con este hecho, su salud quedó dañada «se enflaqueció su cuerpo hasta parecer un esqueleto, amoratósele el rostro, rompiéronsele los labios, perdió el cabello…».
Se negó a volver a Chile mientras gobernara Bernardo O’Higgins, a quien consideraba el principal culpable, señalando que no regresaría mientras «ese asesino gobierne mi patria». Así, en 1824, tras el golpe de estado que derrocó al Director Supremo, Javiera Carrera se embarcó a Valparaíso tras diez años de ausencia.
Se mantuvo en retiro hasta sus últimos días en su hacienda de El Monte, concentrándose en la vida doméstica y en obras de caridad. Logró la repatriación de los cuerpos de sus hermanos en 1828 bajo la presidencia de Francisco Antonio Pinto. Falleció en su hacienda en Santiago el 20 de agosto de 1862. Desde 1952 su cuerpo yace junto a sus hermanos en la Catedral Metropolitana de Santiago.
Realizada en Porcelana Limoges y pintada con china paints. Ojos realizados sobre base de porcelana. Peluca en alpaca suri, color natural, fijada a través de imanes.
Camisa en gasa de lino. Vestido realizado en seda y encaje de bolillos en hilo fino de algodón. Mantilla en tul y bolillos. Zapatos realizados en seda y cuero.
Joyería realizada en goldfilled (14K), bronce y perlas naturales.